Hoy quiero contaros la historia de Satur. Saturnino no es su nombre real, pero es el que eligió cuando le propuse que os iba a contar esto.
Nos conocimos cuando comenzamos a estudiar Bachillerato en un colegio de curas en Madrid. Éramos uña y carne, no sólo porque compartíamos clase, sino porque los dos veraneábamos en Ávila, él en Burgohondo y yo en la capital. Eso nos permitía vernos también algunos días en verano cuando sus padres y él venían aquí.
Cuando terminamos el Bachiller Superior nuestras vidas se separaron. Satur se fue al País Vasco y nos perdimos la pista. Pero el destino hizo que nos encontráramos de nuevo, cincuenta años después, a través de Facebook. Pero no sólo eso, sino que también se había venido a vivir a Ávila.
Quedamos en Barbacana. Nos conocimos nada más vernos. Un poco más gordos (bueno, bastante más gordos, a decir verdad), calvitos y con el pelo blanco, pero nuestras caras seguían siendo las mismas.
Frente a sendos cafés comenzamos a hablar de nuestras vidas. Satur me comentó que había tenido una floristería en San Sebastián, que le habían ido muy bien los negocios y que por eso ahora podía disfrutar de una buena jubilación. Se casó con una donostiarra y tuvieron un hijo que es quien regenta ahora la floris, pero un cáncer se la llevó en meses.
En ese momento la voz de Satur empezó a quebrarse. Me di cuenta y rápidamente lo abracé muy fuerte. Sentía que estaba llorando, pero no quise decirle nada.
Al cabo de un poco, se serenó y la conversación volvió a ser distendida. Nos comentamos mil y una anécdotas y nos prometimos volver a vernos. Fue entonces cuando me preguntó si seguía existiendo aquella ermita que estaba al lado de unas vías de tren, a la que íbamos a comer hornazo el domingo de Resurrección. Le comenté que sí y quedamos en vernos a la semana siguiente allí.
Llegamos los dos puntuales a nuestra cita. Nos sentamos en un banco y Satur comenzó a contar lo que llevaba meses deseando soltar por su boca y nunca se había atrevido a hacer:
No he sabido sobrellevar la pérdida de Edurne, mi mujer, y pensé que la bebida me ayudaría a recuperarme de esa desgracia. Hoy sé que eso fue un tremendo error, pero entonces el alcohol me hacía pensar que era el mejor remedio para mis penas. Afortunadamente tuve el apoyo total de mi hijo y de Arantxa, mi nuera, quienes me recomendaron que fuera a AERGI, la Asociación de Alcohólicos y Adictos en Rehabilitación de Guipúzkoa. Entre todos consiguieron que lleve más de doce años sin probar una gota de alcohol.
Me pareció muy chocante que me contara esa terrible historia a mí, que llevábamos cincuenta años sin vernos. Y por eso le pregunté directamente:
- Satur, ¿por qué me dices eso?
- Porque tú también necesitas una ayuda como esa, me respondió.
- ¿Y por qué crees que a mí me hace falta recibir ese tipo de ayuda?
- Porque bebes mucho y lo sabes, me respondió, añadiendo: se te nota claramente en el temblor de tus manos y en el color de tu cara.
- Acompáñame.
Nos levantamos del banco y nos acercamos a la ermita del Resucitado. Se apoyó en la puerta y ésta se abrió sin necesidad de llave. Apareció la oscuridad absoluta. Me dijo:
- Jose, entra, no tengas miedo.
Yo estaba aterrado, pero le hice caso. Siguió:
- Ahora sólo hay oscuridad, pero cuando tus ojos se acostumbren verás una luz que te señala una puerta. Toma este sobre y acércate a ella. No lo abras hasta que no llegues a tu destino, y recuerda el número que verás, porque te va a hacer falta después. Empújala sin miedo y entra.
No sé por qué, pero obedecí. Entré y oí cómo se cerraba la puerta que acababa de atravesar. Al poco tiempo vi la luz que Satur me había dicho y me acerqué a la puerta. Tenía el número 512. La empujé y entré.
De pronto apareció ante mí un amanecer. El sol estaba saliendo muy poco a poco. Me di cuenta de que estaba en la playa de la Malvarrosa, en Valencia. En ese instante, mirando al Sol, entendí que lo que Satur me regalaba era una vida en colores, llena de alegría y de ilusión, completamente distinta a la que yo estaba viviendo.
Entonces recordé que tenía que abrir el sobre. Contenía una esquela en la que se leía: Saturnino Rebanal Gutiérrez, de 18 años de edad. Falleció ayer martes 15 de junio de 1976 en accidente de circulación. Sus padres …
Pero si estamos en 2024, pensé yo. No puede ser que haya recorrido cuarenta y ocho años hacia atrás en el tiempo, como tampoco puede ser verdad eso de Satur, si yo acabo de hablar hace un momento con él. Entonces vi que además de la esquela había otro papel.
“Jose, aprovecha esta nueva vida que se te ofrece. No vuelvas a cometer los mismos errores que yo te conté, porque sabes igual que yo que no fueron mis errores, sino los tuyos”.
Esta historia es fruto de mi imaginación, porque Saturnino no ha existido nunca … ¿o tal vez sí y Satur es el nombre que eligió mi Ángel de la Guarda para darme el mejor consejo que he podido recibir en mi vida?
¿Y por qué tenía que recordar el número 512 que estaba en aquella puerta? Porque por carretera hay exactamente 512 kilómetros entre la Ermita del Resucitado y la playa de la Malvarrosa.