REFLEXIONES DE UN ENFERMO ALCOHÓLICO DESPUÉS
DE QUINCE MESES EN REHABILITACIÓN
Seguí caminando, empapado por el frío barro que impregnaba los obstáculos con los que tropezaba. La tenue luz que iluminaba el trayecto se colaba por pequeños ventanucos abiertos en los alto de las paredes, ¡Ahí estaba la salida!. Trepaba y conseguía salir pero resbalaba y caía de nuevo en su interior, como absorbido por el pringoso poder de la oscuridad.
Tras muchos intentos baldíos encuentro un bastón. Es extraño, no sé leer pero en su superficie hay grabadas muchas letras, de entre ellas cinco resaltan e identifico: una A, una R, otra A, una E, y una G. Parece bueno, ¡lo usaré!. Así es, con el consigo un apoyo sólido y logro precipitarme hacia el exterior.
Fuera hay mucha luz, tanta que nubla los sentidos, mi cuerpo se siente diferente, raro, pero se va acostumbrando a las recuperadas sensaciones que le rodean, es reconfortante. Poco después la cosa cambia, el sol quema, es un medio hostil, pero aguantaré.
Camino con cuidado, hay agujeros por todas partes, cerca puedo ver gente paseando sin temor. ¡Deben estar locos!, podrían caer,….. que inconscientes.
De entre la multitud me fijo en algunos que llevan un bastón similar al mío, caminan firmemente sorteando las trampas, se paran, consultan las enseñanzas de su vara que a diferencia de la mía tiene ramas y hojas en su parte superior, esto les sirve de sombra y refugio. Me acerco a ellos, deben saber como interpretar el bastón, pregunto y obtengo consejos. Ahora reflexiono y concluyo: con ellos aprenderé a leer en mi bastón, y tal vez, con tiempo, escribiré mis pensamientos en su corteza.
CHUCHI